El viento de la literatura española
El viento de la literatura española
—Soy Don Quijote, eres Sancho Panza.
Era una tarde en plena primavera. Un momento inolvidable porque la bella luz demostraba su bella existencia. En la ciudad explotaban muchas flores llenas de bonitos colores como encantadores, permanentes momentos.
—Por favor, actúa como yo te mande —él le dijo.
Ella le miraba sin comprenderlo; tal vez en este caso toda la gente actúa de la misma manera que ella. Sentía increíblemente la diversión de este ambiente. Él no dejaba de sentir el mismo sentimiento, como de diversión, y así seguía, divertido.
—¿Para qué quiero escribir una novela utilizándote de modelo a ti?
Estas palabras causaban asombro en la cara de ella que, cuando él la vio, fue el momento más divertido de su vida. Ella le decía con la voz ligeramente disgustada:
—Pero ¿de qué estás hablando?
Ella era una mujer de carácter muy serio, por eso le miraba sin ninguna diversión y a cada momento que pasaba, parecía que sus ojos iban a ser serios y algo dudosos. En cambio, esto a él le provocaba mucha más diversion, por eso podía sentir felicidad. Ella aspiró una vez de manera muy profunda con los ojos cerrados.
Luego se abrieron sus ojos.
Simultáneamente, él le dijo:
—Pero ¿esto es malo para ti, ser como el fiel Sancho Panza?
—Dios mío, ¡no me digas eso!
—¿Es verdad que piensas que soy Sancho Panza y que tú eres Don Quijote?
Después de haber dicho esto, se asomaba un silecio con un aire inexplicablemente tranquilo. Por un instante a él le pasaba algo, pero entre ellos sentían un largo tiempo sin palabras: solamente había gente y sus voces les rodeaban. Estos sonidos ellos no los sentián agradables, pero tampoco desagradables.
Desde la terraza de un bar en la Rambla de Catalunya, él miró al cielo. Pensó que el cielo era un incógnito existente, ya que estaba infinitamente claro y de un azul muy puro con el color de la bellísima primavera.
Él disfrutó la hermosura de toda, toda la verdad de la hermosura de aquel tiempo. Pero cuanto más tiempo pasaba, ella más seriamente le miraba. Y a ella le preocupaba que su novio mirara al cielo fijamente, sin ninguna atención a ella.
—¿Estás bien?
La voz de su novia incluía un poco de histeria. Y con sus palabras salió de un silencio, y luego un pequeño choque les venía a ambos sentimientos.
Pero para él seguía siendo un muy divertido aire.
Por esta razón él seguía disfrutando de este momento.
El tiempo vestía con divertido aire.
Al siguiente momento, su novio comenzaba:
—Sí, sí, deberias ser Sancho Panza.
Un corto tiempo corrió entre ellos.
—¿Cómo, no? —le dijo a ella con su certeza individual, que nadie desviaría a otro tema.
Él no quería decir más, ni tampoco discutir hasta que ella contestara. Ella imitaba la certeza individual de su novio y le decía al mismo ritmo que su discurso, pero con mucho más fuerza:
—¡No, no, no quiero serlo!
Su actitud nunca jamás podrá convencerme de su oferta de actuar en su obra literaria. Sobre todo vivir en el mundo literario español con él era imposible para ella. Sus gestos eran una de las evidencias de excitante acción, que enfatizaban en no acceptarlo. Para él, la acción de su novia era increíble, ya que su gesto era cada vez más apasionado y no se sincronizaba con su pensamiento. Cada vez más, su gesto ajenaba su certeza individual.
—Por favor.
En la voz de la novia se estaba gravanado la maternidad, como una madre que se comporta muy fuertemente al enseñar a un niño pequeño. Por la voz de su novia, él imaginaba el pasado y le recordaba a su adolescencia. La adolescencia que ya estaba muy lejana, como lo mismo que pasó con la certeza individual. Con ambos, él sentía nostalgia.
—Tienes que ser Sancho Panza. Eres tú, sin duda —ella así le decía, y dejaba un corto tiempo intencionadamente para obtener la eficacia de sus palabras.
Su intención era acertada, ya que el sentimiento de su novio fue poco a poco inclinándose. Mientras, él no hablaba, sólo callaba.
—Por favor.
La voz de la novia era muy pura como la primavera del cielo.
Y en esta situación, los dos dijeron a la vez:
—Sancho Panza eres tú.
Ella le miraba y se aguantaba la risa.
Él parpadeó dos o tres veces.
—Por favor.
Él pensó que ella le diría otra vez “por favor”. Y además, él pensó en cuantás veces utilizaba “por favor”, como si no existieran otras palabras. Sentía que tal vez ella tendría muchas peticiones.
Para él, la situación estaba dominando algo de mal aire, por eso su sentimiento cambió hacia un poco de mal humor, algo que vinculaba al aire diferente. Él no podía garantizar la continuación del mismo humor.
—Si quieres escribir la literatura como Don Quijote, tendrías que obedecer a la literatura.
¿Entiendes lo que quiero decirte?
Ella cogió fuertemente la mano del novio.
Él dejaba su mano para expresar su contra y le contestaba sólo:
—No.
—¿Por qué no? —preguntó a su vez ella. —Tienes que escribir con fidelidad a la literatura: un escritor tendría que enfocarse en la fidelidad. Si no, no podrás escribir una novela. Se enseña siempre en la universidad.
La mirada de él era dudosa, como pensando “¿estás segura de que entiendes la literatura?“ Él preguntaba a ella:
—¿Significa esto que tengo que ser a fiel a la literatura para escribir?
—Sí. —respondió ella inmediatamente. Tras una pausa, continuó: —Por lo tanto, ja, ja, ja… Eres tú Sancho Panza. Tienes que ser fiel a la literatura, si no, no podrás escribir —razonaba. —Es lógico, ¿no? Quizá estás demasiado influído por la literatura española, ¿verdad? —Seguía preguntando. —Y, además, ¿cuál libro es el que más te gusta de la literatura española? Me decías… si no recuerdo mal…
Ella intencionadamenet detuvo su conversación e inclinó su cara hacia arriba, esperando la contestación de su novio.
—A mí me gusta Don Quijote, ya te lo dije un montón de veces, ¿no? —respondó él a desgana. Sentía algo de timidez y algo como que no quería estar en el mismo lugar.
—Mira, eso significa que eres fiel a la literatura.
Él no podía decir nada a su novia, porque se sentía como el personaje de un muy pequeño hombre delante de ella.
—Es cierto, ¿no? —preguntaba ella. —Sí, ¿no?
Ella era fuerte.
Otra vez ella le preguntaba:
—Es cierto, ¿no?
Continuamente le preguntaba:
—Sí, ¿no?
Sin embargo, él no le contestaba, porque él no quería que ser el perdedor de esta discusión.
Sigue continuando la pregunta:
—Sí, ¿no? —quería ser la completa triunfadora.
—Bueno, puede no ser tanto como piensas, pero sí que tendría que ser fiel —le dijo él a regañadientes. Su voz no era clara; era algo ambigua. —Porque Don Quijote es lo más importante de la literatura española —dijo. —Por eso influye en todos los escritores de todas las épocas. Es lógico, ¿no? Es muy conocido que es el segundo libro más leído después de La Biblia —razonaba. —Pues es uno de los más importante de la literatura universal —así le dije, pero para mi es como una excusa.
Y enseguida ella me dijo:
—Te gusta, te influye, eres como el siervo de Don Quijote. Pues eres como el fiel Sancho Panza, ¿no? Además, vives en tu propio mundo, muy parecido al mundo donquijotesco.
Él ya estaba convencido.
—“Sí, es verdad, vivo en mi propio mundo…
En este momento ellos reían y esto les provocaba una imaginación, como si en el mundo no existiera el sufurimiento, ni tampoco la infelicidad. Luego esta atomósfera producía una pregunta:
—¿Es verdad que históricamente existía el antónimo de la palabra ‘felicidad’?
Él ya no podía tener ganas de discutir con ella, por lo que dijo:
—Puede ser verdad, tienes razón. Tengo que ser a fiel a la literatura. Ningún escritor puede ser infiel a la literatura.
Cuando él decía esto, le aparecía la pasión de vivir en la literatura.
—Es cierto, yo tengo que escribir tus actuaciones como desde el punto de vista de Sancho Panza, no cabe duda —concluyó.
Cuando ella escuchaba sus declaraciones, en sus ojos se reflejaba una satisfacción como la de un campeón del mundo, como si hubiese vencido al escritor. En cambio, en esta escena él no podría suscitar ninguna palabra, no podía decir más; sólo tenía que aceptar por este momento que se estaba enfrentando. Aun así, su monólogo interior comenzaba a resistir.
—Pero ¿soy Sacho Panza? —se preguntaba. —No, no. Quiero ser Don Quijote. No soy Sancho Panza.
Él vio la orgullosa cara de su novia. En sus ojos aparecía la figura de la viveza de Don Quijote: vivió la literatura viva delante de él. Luego él sintió amor por ella, y la miraba. Con la mirada de él, ella abrazaba su hombro y le decía:
—Ya lo ves, Sancho Panza eres tú. Por favor escríbeme con precisión —pidió. —Este es el mandamiento de Don Quijote y del mundo de la literatura Española. A su fiel Sancho Panza.
Él no quería decirlo, pero concedió con el acompañamiento de una voz muy baja:
—Vale.
Sonreía su novia con la voz al contrario que su novio.
La certeza individual de ella venció la certeza individual de él.
A partir de aquel momento, pasó mucho tiempo. Muchas cosas le ocurrieron; algunas muy tristes, algunas muy felices, como si no existiera la infelicidad. Todo pasado acompañado del mismo sentimiento de aqullos días, como la extensión de aquellos dias. Todavía él está influído por la literatura española, porque sigue escribiendo fielmente a ella.
Recordaba el pasado y él le decía a su corazón:
—Sí, sí soy yo como un fiel Sancho Panza todavía.
—Quizás nunca podré ser Don Quijote.
—Porque quiero ser fiel a lo literario.
—Porque quiero vivir en la literatura viva.
El viento de la literatura española
—Soy Don Quijote, eres Sancho Panza.
Era una tarde en plena primavera. Un momento inolvidable porque la bella luz demostraba su bella existencia. En la ciudad explotaban muchas flores llenas de bonitos colores como encantadores, permanentes momentos.
—Por favor, actúa como yo te mande —él le dijo.
Ella le miraba sin comprenderlo; tal vez en este caso toda la gente actúa de la misma manera que ella. Sentía increíblemente la diversión de este ambiente. Él no dejaba de sentir el mismo sentimiento, como de diversión, y así seguía, divertido.
—¿Para qué quiero escribir una novela utilizándote de modelo a ti?
Estas palabras causaban asombro en la cara de ella que, cuando él la vio, fue el momento más divertido de su vida. Ella le decía con la voz ligeramente disgustada:
—Pero ¿de qué estás hablando?
Ella era una mujer de carácter muy serio, por eso le miraba sin ninguna diversión y a cada momento que pasaba, parecía que sus ojos iban a ser serios y algo dudosos. En cambio, esto a él le provocaba mucha más diversion, por eso podía sentir felicidad. Ella aspiró una vez de manera muy profunda con los ojos cerrados.
Luego se abrieron sus ojos.
Simultáneamente, él le dijo:
—Pero ¿esto es malo para ti, ser como el fiel Sancho Panza?
—Dios mío, ¡no me digas eso!
—¿Es verdad que piensas que soy Sancho Panza y que tú eres Don Quijote?
Después de haber dicho esto, se asomaba un silecio con un aire inexplicablemente tranquilo. Por un instante a él le pasaba algo, pero entre ellos sentían un largo tiempo sin palabras: solamente había gente y sus voces les rodeaban. Estos sonidos ellos no los sentián agradables, pero tampoco desagradables.
Desde la terraza de un bar en la Rambla de Catalunya, él miró al cielo. Pensó que el cielo era un incógnito existente, ya que estaba infinitamente claro y de un azul muy puro con el color de la bellísima primavera.
Él disfrutó la hermosura de toda, toda la verdad de la hermosura de aquel tiempo. Pero cuanto más tiempo pasaba, ella más seriamente le miraba. Y a ella le preocupaba que su novio mirara al cielo fijamente, sin ninguna atención a ella.
—¿Estás bien?
La voz de su novia incluía un poco de histeria. Y con sus palabras salió de un silencio, y luego un pequeño choque les venía a ambos sentimientos.
Pero para él seguía siendo un muy divertido aire.
Por esta razón él seguía disfrutando de este momento.
El tiempo vestía con divertido aire.
Al siguiente momento, su novio comenzaba:
—Sí, sí, deberias ser Sancho Panza.
Un corto tiempo corrió entre ellos.
—¿Cómo, no? —le dijo a ella con su certeza individual, que nadie desviaría a otro tema.
Él no quería decir más, ni tampoco discutir hasta que ella contestara. Ella imitaba la certeza individual de su novio y le decía al mismo ritmo que su discurso, pero con mucho más fuerza:
—¡No, no, no quiero serlo!
Su actitud nunca jamás podrá convencerme de su oferta de actuar en su obra literaria. Sobre todo vivir en el mundo literario español con él era imposible para ella. Sus gestos eran una de las evidencias de excitante acción, que enfatizaban en no acceptarlo. Para él, la acción de su novia era increíble, ya que su gesto era cada vez más apasionado y no se sincronizaba con su pensamiento. Cada vez más, su gesto ajenaba su certeza individual.
—Por favor.
En la voz de la novia se estaba gravanado la maternidad, como una madre que se comporta muy fuertemente al enseñar a un niño pequeño. Por la voz de su novia, él imaginaba el pasado y le recordaba a su adolescencia. La adolescencia que ya estaba muy lejana, como lo mismo que pasó con la certeza individual. Con ambos, él sentía nostalgia.
—Tienes que ser Sancho Panza. Eres tú, sin duda —ella así le decía, y dejaba un corto tiempo intencionadamente para obtener la eficacia de sus palabras.
Su intención era acertada, ya que el sentimiento de su novio fue poco a poco inclinándose. Mientras, él no hablaba, sólo callaba.
—Por favor.
La voz de la novia era muy pura como la primavera del cielo.
Y en esta situación, los dos dijeron a la vez:
—Sancho Panza eres tú.
Ella le miraba y se aguantaba la risa.
Él parpadeó dos o tres veces.
—Por favor.
Él pensó que ella le diría otra vez “por favor”. Y además, él pensó en cuantás veces utilizaba “por favor”, como si no existieran otras palabras. Sentía que tal vez ella tendría muchas peticiones.
Para él, la situación estaba dominando algo de mal aire, por eso su sentimiento cambió hacia un poco de mal humor, algo que vinculaba al aire diferente. Él no podía garantizar la continuación del mismo humor.
—Si quieres escribir la literatura como Don Quijote, tendrías que obedecer a la literatura.
¿Entiendes lo que quiero decirte?
Ella cogió fuertemente la mano del novio.
Él dejaba su mano para expresar su contra y le contestaba sólo:
—No.
—¿Por qué no? —preguntó a su vez ella. —Tienes que escribir con fidelidad a la literatura: un escritor tendría que enfocarse en la fidelidad. Si no, no podrás escribir una novela. Se enseña siempre en la universidad.
La mirada de él era dudosa, como pensando “¿estás segura de que entiendes la literatura?“ Él preguntaba a ella:
—¿Significa esto que tengo que ser a fiel a la literatura para escribir?
—Sí. —respondió ella inmediatamente. Tras una pausa, continuó: —Por lo tanto, ja, ja, ja… Eres tú Sancho Panza. Tienes que ser fiel a la literatura, si no, no podrás escribir —razonaba. —Es lógico, ¿no? Quizá estás demasiado influído por la literatura española, ¿verdad? —Seguía preguntando. —Y, además, ¿cuál libro es el que más te gusta de la literatura española? Me decías… si no recuerdo mal…
Ella intencionadamenet detuvo su conversación e inclinó su cara hacia arriba, esperando la contestación de su novio.
—A mí me gusta Don Quijote, ya te lo dije un montón de veces, ¿no? —respondó él a desgana. Sentía algo de timidez y algo como que no quería estar en el mismo lugar.
—Mira, eso significa que eres fiel a la literatura.
Él no podía decir nada a su novia, porque se sentía como el personaje de un muy pequeño hombre delante de ella.
—Es cierto, ¿no? —preguntaba ella. —Sí, ¿no?
Ella era fuerte.
Otra vez ella le preguntaba:
—Es cierto, ¿no?
Continuamente le preguntaba:
—Sí, ¿no?
Sin embargo, él no le contestaba, porque él no quería que ser el perdedor de esta discusión.
Sigue continuando la pregunta:
—Sí, ¿no? —quería ser la completa triunfadora.
—Bueno, puede no ser tanto como piensas, pero sí que tendría que ser fiel —le dijo él a regañadientes. Su voz no era clara; era algo ambigua. —Porque Don Quijote es lo más importante de la literatura española —dijo. —Por eso influye en todos los escritores de todas las épocas. Es lógico, ¿no? Es muy conocido que es el segundo libro más leído después de La Biblia —razonaba. —Pues es uno de los más importante de la literatura universal —así le dije, pero para mi es como una excusa.
Y enseguida ella me dijo:
—Te gusta, te influye, eres como el siervo de Don Quijote. Pues eres como el fiel Sancho Panza, ¿no? Además, vives en tu propio mundo, muy parecido al mundo donquijotesco.
Él ya estaba convencido.
—“Sí, es verdad, vivo en mi propio mundo…
En este momento ellos reían y esto les provocaba una imaginación, como si en el mundo no existiera el sufurimiento, ni tampoco la infelicidad. Luego esta atomósfera producía una pregunta:
—¿Es verdad que históricamente existía el antónimo de la palabra ‘felicidad’?
Él ya no podía tener ganas de discutir con ella, por lo que dijo:
—Puede ser verdad, tienes razón. Tengo que ser a fiel a la literatura. Ningún escritor puede ser infiel a la literatura.
Cuando él decía esto, le aparecía la pasión de vivir en la literatura.
—Es cierto, yo tengo que escribir tus actuaciones como desde el punto de vista de Sancho Panza, no cabe duda —concluyó.
Cuando ella escuchaba sus declaraciones, en sus ojos se reflejaba una satisfacción como la de un campeón del mundo, como si hubiese vencido al escritor. En cambio, en esta escena él no podría suscitar ninguna palabra, no podía decir más; sólo tenía que aceptar por este momento que se estaba enfrentando. Aun así, su monólogo interior comenzaba a resistir.
—Pero ¿soy Sacho Panza? —se preguntaba. —No, no. Quiero ser Don Quijote. No soy Sancho Panza.
Él vio la orgullosa cara de su novia. En sus ojos aparecía la figura de la viveza de Don Quijote: vivió la literatura viva delante de él. Luego él sintió amor por ella, y la miraba. Con la mirada de él, ella abrazaba su hombro y le decía:
—Ya lo ves, Sancho Panza eres tú. Por favor escríbeme con precisión —pidió. —Este es el mandamiento de Don Quijote y del mundo de la literatura Española. A su fiel Sancho Panza.
Él no quería decirlo, pero concedió con el acompañamiento de una voz muy baja:
—Vale.
Sonreía su novia con la voz al contrario que su novio.
La certeza individual de ella venció la certeza individual de él.
A partir de aquel momento, pasó mucho tiempo. Muchas cosas le ocurrieron; algunas muy tristes, algunas muy felices, como si no existiera la infelicidad. Todo pasado acompañado del mismo sentimiento de aqullos días, como la extensión de aquellos dias. Todavía él está influído por la literatura española, porque sigue escribiendo fielmente a ella.
Recordaba el pasado y él le decía a su corazón:
—Sí, sí soy yo como un fiel Sancho Panza todavía.
—Quizás nunca podré ser Don Quijote.
—Porque quiero ser fiel a lo literario.
—Porque quiero vivir en la literatura viva.