El viento del mar
El viento del mar
—Quiero hablar con el viento del mar —le dije dejando de leer el periódico.
—¿Otra vez? — ella me contestó y siguió: —Recuerdas que la semana pasada ya fuimos al mar y hablaste bastante con el viento del mar, ¿no?
—Sí, pero yo olvidé preguntar al viento.
—¿El qué? —Ella me preguntaba.
Yo le contesté:
—¿A dónde irías esta vez?
Ella sintió que no podría aguantarse la risa pero forzosamente aguantaba. Y para dejar de aguantar, miraba al cielo azul del otoño en Barcelona. Había una blanca nube grande y se estaba moviendo lentamente hacia más allá del mar. Con sus ojos, ella trazaba una nube como si pudiera ver directamente la existencia del viento a través del movimiento.
Por su actitud, era una señal de que ya ella estaba en su propio mundo. Su mundo es como que nadie lo toca, tampoco se rompe.
La terraza del bar estaba llena de gente y se oían muchos sonidos de domingo con la tranquilidad y el aire pacífico. En esta atmósfera el tiempo pasaba muy lentamente entre todas las cosas.
—¿Te enseño a dónde va el viento del mar? —Ella comenzaba con sus palabras. —¿Quieres saberlo? —Me preguntaba.
—Claro, cómo no.
Mi interior era puramente agradable cuando vi sus ojos, porque ella parecía que estaba disfrutando el tiempo del presente. Y reconocí que ella regresaba desde su propio mundo encerrado.
—El viento va a ver a su novia y estarán juntos en su hogar con el vino tinto. Quizá al viento del mar le gusta el vino de Burdeos, umm… de Borgoña, tinto.
Durante poco rato yo no podía decirle nada.
Ni tampoco pensaba que esto era una gran imaginación, ni la verdad.
Esta vez yo vi el cielo azul. Yo, manteniéndome callado, trazaba la nube blanca que ya salió hacia muy lejos y poco a poco se juntaba con otra nube.
Cuando una nube se terminaba conjunta, pensé que ella estaba equivocada. Pero yo no le decía que ella estaba equivocada. Porque yo no quería perder la vista del cielo azul que me suscitaba imaginarme el mar.
Yo me decía en mi corazón a mí mismo.
¿A dónde va el viento del mar?
Tú no sabes que a cada momento iría libremente a distintos lugares, como el viento quiera, como un bohemio. Y, además, el viento no tiene novia.
Ella no lo sabe todavía.
La blanca nube ya estaba junto a otra más grande y seguía moviéndose hacia muy lejos por el viento del mar.
El viento del mar
—Quiero hablar con el viento del mar —le dije dejando de leer el periódico.
—¿Otra vez? — ella me contestó y siguió: —Recuerdas que la semana pasada ya fuimos al mar y hablaste bastante con el viento del mar, ¿no?
—Sí, pero yo olvidé preguntar al viento.
—¿El qué? —Ella me preguntaba.
Yo le contesté:
—¿A dónde irías esta vez?
Ella sintió que no podría aguantarse la risa pero forzosamente aguantaba. Y para dejar de aguantar, miraba al cielo azul del otoño en Barcelona. Había una blanca nube grande y se estaba moviendo lentamente hacia más allá del mar. Con sus ojos, ella trazaba una nube como si pudiera ver directamente la existencia del viento a través del movimiento.
Por su actitud, era una señal de que ya ella estaba en su propio mundo. Su mundo es como que nadie lo toca, tampoco se rompe.
La terraza del bar estaba llena de gente y se oían muchos sonidos de domingo con la tranquilidad y el aire pacífico. En esta atmósfera el tiempo pasaba muy lentamente entre todas las cosas.
—¿Te enseño a dónde va el viento del mar? —Ella comenzaba con sus palabras. —¿Quieres saberlo? —Me preguntaba.
—Claro, cómo no.
Mi interior era puramente agradable cuando vi sus ojos, porque ella parecía que estaba disfrutando el tiempo del presente. Y reconocí que ella regresaba desde su propio mundo encerrado.
—El viento va a ver a su novia y estarán juntos en su hogar con el vino tinto. Quizá al viento del mar le gusta el vino de Burdeos, umm… de Borgoña, tinto.
Durante poco rato yo no podía decirle nada.
Ni tampoco pensaba que esto era una gran imaginación, ni la verdad.
Esta vez yo vi el cielo azul. Yo, manteniéndome callado, trazaba la nube blanca que ya salió hacia muy lejos y poco a poco se juntaba con otra nube.
Cuando una nube se terminaba conjunta, pensé que ella estaba equivocada. Pero yo no le decía que ella estaba equivocada. Porque yo no quería perder la vista del cielo azul que me suscitaba imaginarme el mar.
Yo me decía en mi corazón a mí mismo.
¿A dónde va el viento del mar?
Tú no sabes que a cada momento iría libremente a distintos lugares, como el viento quiera, como un bohemio. Y, además, el viento no tiene novia.
Ella no lo sabe todavía.
La blanca nube ya estaba junto a otra más grande y seguía moviéndose hacia muy lejos por el viento del mar.